El stress del Yoga

El stress del Yoga

Loreto . Publicado en No sin mi vino... 1250 Views

El yoga me estresa. Totalmente. Una, que es de natural colérico y nervioso, lleva toda la vida escuchando eso de “el yoga te vendría genial para relajarte”. Y una, que también escucha al prójimo con mente abierta, decidió darle una oportunidad a la cultura zen. Anda que si llego a saber lo que sé ahora…

Para empezar, los horarios de las clases no cuadran nunca con los horarios que a mí me convienen. Ya empezamos mal. Corriendo para llegar, corriendo para irme. El oasis de paz de la clase es más bien un impasse entre una carrera y otra. Todo el mundo respirando con los ojos cerrados y yo repasando mentalmente lo que me queda por hacer. Ay, que me ataco. ¿La lista de verdad es tan larga?

Empezamos por una asana clásica, la del loto, postura donde en teoría debería establecer un diálogo íntimo y silencioso con mi cuerpo. Mi ente interior está más mudo que Charlot. Ni diálogo ni leches. A mí me siguen llegando a la cabeza imágenes de lo más peregrinas y mundanas.

Seguimos por un poco de meditación y otra asana algo más compleja, la del perro hacia abajo. Se necesita equilibrio y concentración para no dejarse los piños. Espero que los demás no se estén fijando en mis gráciles movimientos. Si Ramiro Calle me ve, se echa a llorar de la impotencia.

Continuamos un breve recorrido por los animales más queridos por los yoguis de todo el mundo: el camello, la cobra, el gato, el águila, el saltamontes y el conejo (ésta me la esperaba más erótica, pero no). La postura de la grulla no es para principiantes así que yo hago mi versión: la de la garza siestera, que tumbadita no pone en peligro ni su entereza ni la del prójimo cercano.

A mí la que más me cuesta es la de la liberación del viento, en la que boca arriba te coges las rodillas flexionadas y te balanceas. Mi primer reflejo es liberar viento como un tubo de escape viejo. Toda mi concentración se emplea precisamente en no liberarme del todo. Bastante ridículo estoy haciendo ya. ¿Cuándo acabará esto?

Por último, llegamos a la postura del árbol, delicada y etérea. Yo hago mi versión, que sería un alcornoque vencido por la gravedad, la verdad, pero es que a motivación ya no me gana nadie.

Es entonces cuando se me ocurre que aquí falta todo un grupo de asanas que darían mucho juego tanto a nivel físico como mental. El grupo de las asanas de la botala (botella para los occidentales).

La asana de la botella vacía (khali botala) en la que estiramos los brazos y doblamos los codos como si quisiéramos vertir las últimas gotas en la copa. O la bonita asana de la botella bailona (Nr̥tya kī bōtala) en la que estiramos los brazos y juntamos las manos imitando la forma de la botella y nos mecemos suavemente con nuestro ritmo interior.

No menos armónica sería la postura de la botella servida (Sēvā kī bōtala) en la que partimos de la postura de la botella llena y bajamos todo el cuerpo para servir en ángulo agudo.

Estas posturas me da a mí que se me van a dar mejor. Las tengo muy interiorizadas y luego implican un ritual de rehidratación posterior a la práctica del yoga en la que se recrean las posturas sobre la mesa y en la copa.

Le daré una nueva oportunidad al yoga, versión de la maestra Lorevinis. Fijo que doy lugar a una nueva corriente que se hace cool en todo el planeta. Yoguis del mundo, uníos a mi. OOHHHMMM

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