Ojalá que llueva café asiático sin descanso
En casa tenemos tres cafeteras distintas a cada cual más galáctica porque no nos gusta mucho el café. El razonamiento es que algo debemos estar haciendo mal y seguimos intentándolo. Hemos cambiado de marca y los bares de presión a ver si damos con el café perfecto, pero el desayuno sigue siendo un momento aburridillo en casa.
Hasta este verano. He descubierto el café de mis sueños. Hace falta una tabla doble de abdominales, estiramientos evolucionados y media hora de marcha rápida para bajar las calorías encubiertas del invento, pero merece la pena a todas luces.
Se trata del café asiático. El invento cartagenero más interesante desde el submarino de Isaac Peral.
La historia es chula. A principios del siglo XIX los marinos procedentes de rutas asiáticas que recalaban en Cartagena pedían su café con leche condensada y cognac. Versión “de las Indias” del carajillo de toda la vida. A refinados no les ganaba nadie.
Con el tiempo, la receta se popularizó y se le añadió Licor 43 (también de origen cartagenero), limón y canela. Vamos, que se mejoró el tema y se le añadió un punto de sofisticación encomiable.

No sé los que llevo ya. Aquí en cuanto te despistas te están pidiendo una ronda. Y todos lo hacen bien. Desde el chiringuito medio cutre de nombre olvidable hasta el local más cool de la zona. Lo deben llevar en el adn portuario.
Emulando a mi Juan Luis Guerra, “pa que todos los niños canten en el campo, ojalá que llueva café asiático a sus padres sin descanso”…
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