Espiritualidad

Espiritualidad

Loreto . Publicado en No sin mi vino... 905 Views

Nunca he sido una persona muy espiritual. Mi vida interior confieso que está algo descuidada. La meditación no es mi fuerte, me aburro si no tengo con quien charlar. Y no he necesitado nunca sentirme parte de una comunidad.

Pero algo en mí ha cambiado. Y esta vez no está el vino detrás. Dios mío. Eso mismo. Es Dios. Y es que hay un antes y un después en mí tras asistir a una misa gospel.

Brooklyn. Año 2016. La iglesia aborratada, todos con sus mejores galas. Yo en vaqueros, que para eso debía ser la única española. Si es que desde que llevaba dos coletas no me he vuelto a poner el vestido de los domingos. Sombreros, terciopelo, peinados rimbombantes, joyas y pieles. Era un gusto ver tanto color y texturas.
El coro, al fondo. 17 personas de todas las razas. Y cuando entonan el primer acorde… Ay, se te eriza el pelo de la nuca y alrededores. La gente se levanta, agita los brazos, se mece con los ojos cerrados y enlaza las manos cuando llegamos al cénit de la canción. Ostras, si es que te llega hasta adentro, te agarra el corazón y luego te lo suelta cuando ya crees que no volverías a respirar…

Yo, me siento anonada y algo ridícula. No puedo parar de mirar y admirar el frenesí popular. Sonrío como una tonta porque no sé cómo demostrar que me encanta lo que estoy viviendo. Y entonces… sale él.
Siempre he pensado en que los predicadores para masas iban a ser encantadores de serpientes con alzacuellos. Pero aquí me sale un hombre con canas bien puestas, un traje fabuloso y un carisma que deja a mi Clooney al nivel de un aficionado.

Y cuando empieza a hablar, todo tiene coherencia.
Y deja la perla para el final. Resumiendo un poco (no estaba permitido grabar, sino aquí habría una transcripción literal), nos pregunta que por qué hay que callarse cuando algo te apasiona.

El mejor ejemplo, los deportes. Si tu equipo juega un partido decisivo, te levantas, gritas, saltas en tu sitio, vociferas como un poseso y al día siguiente se lo cuentas a todos con la mejor de tus sonrisas. Si esto lo haces con algo tan banal como el deporte, ¿por qué no vas a hacerlo con algo más profundo como tus creencias? Hay que contarlo, cantarlo y gritarlo a los cuatro vientos. De ahi el gospel. Qué mensaje más poderoso. Y totalmente lógico. E inolvidable.
A mí lo de ir evangelizando, por mucho vino que beba, todavía no me sale de dentro.

Pero hablar de mi pasión por la garnacha o la monastrell. Eso ya es otro tema. Así que me he propuesto predicar… con el ejemplo. Abrir botellas todas las fiestas de guardar. Anunciar a los amigos cuál es el modo de elegir vino bueno y barato. Compartir con ellos las botellas más sagradas. Dar gracias por la bendita intervención de la naturaleza en la vid. Pregonar sin desaliento cómo el vinito espiritualiza el alma. Invitar a la parroquia a un chato los domingos. Y cantar a grito pelado que el vino es todo un milagro. ¡Aleluya!

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