En llamas…
Yo ayer hice mis listas. La de los deseos y buenos propósitos por un lado y la de elementos prescindibles en mi vida por el otro. La primera tenía un par de líneas. La segunda, un chorro de propuestas. Para seguir sumando, es mejor hacer sitio ¿no? Los papeles los quemamos en la maravillosa hoguera preparada (en realidad, una barbacoa pintona con restos de chorizos y otras viandas) y vimos cómo las cenizas se las llevaba el viento. Y a continuación saltamos las olas (piscineras, es lo que tiene vivir en el seco Madrid. Uno agitaba el agua y el otro saltaba, pero daba el pego en fotos).
Y no recuerdo más.
Ya no sé si fue el vermouth del aperitivo, el blanquito fresquito para los pinchos, el rosado que nos venía arriba, los varios tipos de tinto que maridamos con amor o el espumoso para limpiar el paladar. Tampoco creo que fuera el gin tonic con iridescencias del final. Ah, ya caigo. Las chuches de colores. Eso debió ser. Los conservantes impronunciables de las gominolas. Si es que no se puede uno exceder con la química…
Así que hoy estoy en mi lecho de dolor (de cabeza), con una retención de líquidos de órdago, un calor interno intenso (y no del tipo erótico, ya quisiera mi marido) y pensando que quizás he vuelto a pecar de ambiciosa con todo lo que pretendo hacer de aquí a diciembre. Puf. Qué pereza.
Pero eso sí, hoy, nada de chuches. Que al día siguiente te dejan hecha una falla achicharrada.